A cal y canto, Asomos a Josefa Ortíz de Domínguez

AUTOR: José Antonio Alvear García

Docente

Departamento de Ciencias del Hombre

UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA LEÓN

 

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Esta vez la provocación no viene por vía intra-sapiens, cuanto por conductos extra-ludens. Abiertos así de capa, el siguiente texto pretende ser un serio divertimento sobre lo que doña María Josefa Ortiz de Domínguez pudo haber pensado en tanto que al rigorista de su marido, se le ocurría abrirle la puerta de la habitación en donde la tenía recluida, siempre con el noble afán de hacerla callar.

 

La intrépida, si se quiere, incursión de lo ficticio en este texto, responde a la firme convicción del autor de que la historia, parece, es un niño que narra a su abuelo lo que el mismo viejo le ha contado alegremente sobre sus devaneos. En una charla a media luz, la ficción y la historia se reconocen.

 

Asumir el encierro

 

 

Escuchar la cerradura de la puerta desde adentro, fue el anuncio oficial y oficialista de que la historia se habría de empezar a lidiar sin ella. Pero doña María Josefa Ortiz Girón de Domínguez, a sus 37 años, no estaba dispuesta a quedar al margen. Fue ella la que prestaba la casa y detallaba los bocadillos para las tertulias subversivas; la que incitó al incorregible de su marido, don Miguel Domínguez, a pensar activamente en la emancipación; la que imaginaba un mundo harto distinto para sus 12 hijos.

 

Encerrada y sin voz, la esposa del corregidor se dio a la tarea de escribir un mensaje urgente con palabras recortadas de los periódicos, con tal de que su letra no fuera reconocida. En un santiamén, ya tenía el texto que habría de prender la mecha. Era una breve misiva dirigida al coronel Allende, el de San Miguel el Grande, capitán del Regimiento de Dragones de la Reina, el pretenso de su hija, uno de los cómplices de la aventura. Lo prevenía del inminente descubrimiento de la conspiración y prácticamente le mandaba movilizarse cuanto antes. Con tretas propias de una mujer de su clase, acostumbrada a hacer lo que le venía en gana, pero por los medios no oficiales, llamó al alcaide Ignacio Pérez y le ordenó llevar su mensaje a todo galope. Una vez entregado el texto, lo demás fue esperar.

 

Mujer y sociedad

 

 

Menos mal que había un sillón cómodo en dónde sentarse. Después de todo, era la casa de un corregidor. Mientras afuera iniciaba la gestación de un país nuevo, ella pudo haber pensado en la muerte, posiblemente la suya, la de su esposo, la de sus hijos, la de tantos y tantos. Así pasa siempre en las guerras. Y la idea de la muerte te lleva a la de la vida, y la de la vida, a la del pasado.

 

Huérfana de padres desde temprana edad, fue criada por su media hermana mayor quien, a la postre, terminó por internarla ya siendo una señorita, en el llamado Colegio de las Vizcaínas. Se trataba de una institución poco común para señoritas huérfanas y viudas, preferentemente de origen o ascendencia vasca, ya que fue la cofradía de Aranzazú quien impulsó tal proyecto. La instauración del Colegio, oficialmente llamado Real Colegio de San Ignacio de Loyola, no fue tarea fácil. Dos razones lo explican. En primer lugar, la cofradía se empeñó en deslindarlo de la Iglesia, pretendiendo una educación laica y, en segundo lugar, del Estado, procurándole un carácter autónomo. Se logró la certificación del Colegio en 1767 (curiosamente, el mismo año de la expulsión de los jesuitas de la Nueva España) y con ello, el elegante deslinde respecto a Carlos III, rey de España, y de Clemente XIII, pontífice en turno. El ideal típicamente vasco de no tener padre autoritario que le restrinja, acabó por influir el independentismo de Josefa, mujer que mostró siempre un carácter tan enérgico con la opresión, como caritativo para con los desfavorecidos.

 

El Colegio de las Vizcaínas tenía una biblioteca envidiable (muchos de sus libros, manufacturados por mujeres). Imaginemos que en sus años de colegiala, la joven Josefa hubiera leído ––cosa altamente posible, aunque fuese a escondidas–– a los pensadores ilustrados. Quizá se hay recreado con la novela de moda, Nouvelle Héloïse (1761) del señor Rousseau, tratado amoroso-literario acerca del heroísmo femenino con matices críticos y moralizantes de la época,  así como de la importancia de las mujeres en la educación de los hijos.

 

Josefa despierta de su letargo al pasado, recuerda que la vigilan cuatro paredes. Allá afuera, mientras su marido revisa hipócritamente domicilios en busca de armas (siendo que era en la suya en donde se escondía la más efectiva de ellas), María Josefa anhela saber algo de las cuatro mujeres y ocho varones que tiene por hijos. Detestaría verles (aunque en su momento hubo de hacerlo), casadas con algún español. La patria está por hacerse. La patria empieza en casa. La insurrección entonces, cobra un sentido heroico. El heroísmo es pasión, y las razones, sus pretextos. Josefa vuelve a perderse entre las paredes buscando una palabra que justifique la muerte de cuantos vayan a caer. Posiblemente echa mano de El Emilio o El contrato social de Rousseau. Su insurrección, se convence, es racional e ilustrada. Así pues, hay una patria por parir, y un proyecto por cincelar.

 

La mujer como proyecto educativo

 

 

Los mensajes de la emancipación de la mujeres en la época eran, por decir lo menos, equívocos, aún en el caso de los ilustrados más connotados. Del ya mentado Rosusseau, esta frase ilustra una primera postura:

 

Por eso, toda la educación de las mujeres debe referirse a los hombres. Agradarles, serles útiles, hacerse amar y honrar por ellos, consolarlos, hacerles la vida agradable y dulce: he ahí los deberes de las mujeres en todo tiempo, y lo que debe enseñárseles desde su infancia (2001).

 

Esto no es más que la confirmación académica de un esquema de la mujer como madre-doncella, siempre virtuosa y diligente. Imágenes muy conciliantes con el catolicismo novohispano. La mujer se distingue al servir. Se educa para ello. Pero más adelante, el mismo maestro francés agrega:

 

en todo lo que no atañe al sexo, la mujer es hombre [pues] lo único que sabemos con certeza es que cuanto tienen en común pertenece a la especie, y que cuanto tienen de diferente pertenece al sexo.

 

La lógica formal diría que, si la mujer es idéntica al hombre en especie, a éste le debiera la misma virtud de servicio que a aquélla. Pero si de algo carecen los capítulos más entusiastas de la historia, es de lógica formal.

 

Quizás algo se atorara entre la cabeza y el corazón de doña Josefa al leer lo dicho. Una madre-doncella está en ebullición al interior de un reclusorio doméstico. La prueba más fehaciente de su igualdad es su propio encierro. Nadie le debiera temer a una abnegada servidora o a una dulce esposa. Del pedestal de la inmaculada, baja sin reparos una mujer urgida y ungida en desobediencia. Abran paso a la heroína, que como un hombre es capaz de arrebatar lo que le pertenece. Y que nuestra madre de Guadalupe y la Santísima Virgen de Aranzazú la perdonen, que después de todo, también les habría de rezar para pedir su amparo en plena gesta.

 

 

La Patria como Madre

 

 

En medio de la solitaria rabieta, Josefa vuelve otra vez la memoria a sus hijos. Es para ellos el deseo de otra patria; para ellos se vive y se desvive hasta en los tiempos más aciagos. La educación de entonces se lo habrá repetido más de una vez. El propio Lizardi, a quien ella habría de haber respetado como verdadero «pensador mexicano», recomendaba la mejor educación de las mujeres como ideal ilustrado y aún, en un futuro promisorio, una incursión en la política. Eso sí, siempre subordinando esas pretensiones a su valor como madres. El carácter patrilineal de la época no permitía aún imaginar una igualdad cabal entre géneros, pero la vanguardia ya reconocía un alto valor racional de las mujeres y su responsabilidad como educadoras de sus propios hijos. La Pragmática Real de Matrimonios de 1776 permitía a los padres decidir sobre el matrimonio de sus descendientes hasta los 25 años, pero María Josefa no era de las que creían que la independencia de un menor empezaba hasta entonces. Era en la infancia, como diría Lizardi, en donde habrían de oírse las primeras palabras de soberanía de uno mismo. Ella misma había decidido brincar los límites y casarse en secreto con su marido antes de esa edad.

 

Un espejo con marco dorado se cruza en el camino de la corregidora. Aún en los peores momentos, siempre hay tiempo para tocarse el pelo y preguntarse, ¿a quién me parezco?, o más todavía, ¿a quién quiero parecerme? De inmediato, un nombre entre mítico, salvaje y melódico se le vino a la mente: Leona Vicario, quien posteriormente fue esposa de Andrés Quintana Roo. Igual que ella, se casó siguiendo a un hombre sin importar las exigencias sociales. Igual que ella, escondía armas tras las enaguas de su casa. Igual que ella, se valió de artimañas para desobedecer al gobierno. Igual que ella, creían en el poder de la clase criolla. Colgando de la pared, el espejo le mira un poco desde arriba. Nada. Eso no es para Ortiz de Domínguez. Somos iguales, piensa, y decide bajar el cristal a donde no haya dejos de desdén. Después de todo, ¿no sería un ejército de mujeres como ella, como Leona, las que acabarán por cambiar el rumbo?, ¿no eran ellas, por acomodadas que pareciese su condición, las mejores representantes del pueblo?  Ellas se asemejan. Mujeres que están naciendo.

 

En 1808, los peninsulares habían dado muerte a Primo de Verdad y Ramos, síndico en el Ayuntamiento de la Ciudad de México y cercano amigo de Miguel Domínguez, el corregidor. Le había valido la muerte el hecho de sugerir al virrey que el poder del gobierno regresara al pueblo, una vez que en España, la familia real era cautiva por Napoleón. Los españoles ven en Primo de Verdad, a una amenaza independentista y a un guillotinador en potencia. Veían a alguien dispuesto a cortar la cabeza del padre-rey, y dar lugar a la madre-patria y al pueblo, sus hijos.

 

El pueblo era entonces ese gestor de soberanía. Lo había sido recientemente en la independencia de las colonias americanas y en la Revolución Francesa. Sobre todo, en esta última, la Patria conquistada por el pueblo, se representaba con alegorías de mujeres emancipadas. Eran ilustraciones de mujeres de grandes pechos y músculos moldeados por el trabajo. Era la Patria, madre y guía que empezaba a aparecer en los imaginarios contemporáneos de aquellos cambios. A esa mujer, a esa madre, Josefa sí quería parecerse. Y acomodó el espejo en su nuevo lugar.

 

Epílogo

 

Por imaginativa que fuera Josefa, hubiera sido harto difícil que concibiera la idea de que terminara la revuelta insurgente un general otrora realista para después coronarse como Agustín I, emperador de México. Más difícil aún hubiera sido imaginar que la emperatriz de ese primer imperio mexicano, la mandara llamar a su insipiente corte. Pero sucedió. Doña Ana Huarte de Iturbide llamó a la muchas veces presa doña Josefa Ortiz de Domínguez a hacerle compañía. Pero el imaginario de nuestra protagonista ya había sido tocado tan hondo por la idea de libertad, de independencia y de soberanía, que se atrevió a contestar: «Dígale usted que la que es Soberana en su casa, no puede ser dama de una Emperatriz».

 

Justo cuando no había podido imaginar eso, la llave de la puerta del despecho crujió por la cerradura. Una pausa. Todo estaba por empezar.

 

 

REFERENCIAS

 

Alvear Acevedo, Carlos (2001) Historia de México. México: Limusa.

 

Carner, François (1992) «Estereotipos femeninos en el siglo XIX». En Presencia y transparencia: la mujer en la historia de México. México: El Colegio de México.

 

Giraud, François (1992) «Mujeres y familia en la Nueva España».  En Presencia y transparencia: la mujer en la historia de México. México: El Colegio de México.

 

Covarrubias, Ricardo (1999) Mujeres de México. México: Siglo XXI.

 

Fernández de Lizardi, José Joaquín (1991) Obras XI. Folletos (1821-1822). Edición, notas y presentación de Irma Isabel Fernández Arias. México: UNAM.

 

Diccionario Porrúa de Historia, Biografía y Geografía de México (1986) Tomo III. México: Porrúa.

 

Rousseau, Jean-Jacques (2001) Emilio o de la Educación. México: Alianza Editorial.

 

www.colegiovizcainas.edu.mx/

 

http://www.bi100.df.gob.mx/media_editorial#/josefa_ortiz/ 

 

Artículo publicado en la revista Entretextos núm. 4 de la UIA León.