Las conmemoraciones y nuestra sociedad actual

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La conmemoración del Bicentenario de la Independencia de México y del Centenario de la Revolución Mexicana, ha puesto a Guanajuato nuevamente en el escenario nacional como punto focal de interés y estudio sobre los orígenes de un país que, en muchos aspectos, fungió como crisol de innumerables iniciativas que luego se cumplirían en las estructuras sociales de América. La diversidad de escenarios que con este motivo podemos identificar, van desde los primeros enfrentamientos de los pueblos mesoamericanos contra soldados invasores; pasando por la conformación de asentamientos con las características de las poblaciones europeas y su cultura; hasta la ruptura de vínculos con la llamada madre patria, la construcción de un país con identidad propia y los momentos de convulsión que dicho proceso generó en los albores del Siglo XX.

 

La tensión política que vive México durante la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX, refleja la lucha de un pueblo por alcanzar su independencia nacional y llevar a cabo toda una serie de transformaciones económicas, sociales y políticas consideradas como necesarias para remontar la crisis derivada de la inminente desintegración del virreinato de la Nueva España. La transformación de una sociedad colonial que había estado estructurada a partir de instituciones feudales y el reto de construir un Estado soberano teniendo a la vista reformas progresistas, fue lo que a la postre detonó el proceso de alumbramiento de una nación burguesa con las implicaciones liberales en el campo político y los lineamientos capitalistas en la esfera económica.

 

Factores tales como la corrupción administrativa; el trato dado a los indígenas; la expulsión de los jesuitas en 1767; la desigualdad entre criollos y españoles o el establecimiento de un régimen de monopolios que dificultaba el desarrollo de la economía americana, fueron todos estos, entre otros, ingredientes de una situación en la que germinaron las ideas liberales y revolucionarias que se difundían en las universidades, en las academias literarias y en las sociedades económicas y patrióticas del momento. Aunado a ello, La Ilustración hizo aparecer la idea de libertad, mientras que la Declaración de Independencia estadounidense (1776) y la Revolución Francesa (1789-1799) fueron a la sazón modelos que no podrían pasar inadvertidos para la lucha independentista.

 

Estas circunstancias coincidieron con un momento histórico que permitió el inicio del proceso independentista. En 1808, los reyes españoles Carlos IV y Fernando VII abdicaron ante el emperador francés Napoleón Bonaparte, cuyas tropas invadieron y se apoderaron de la península Ibérica. Como consecuencia de estos hechos, y ante el vacío de poder, en las colonias españolas de América aparecieron las primeras juntas de gobierno. Cuando Fernando VII volvió al trono, en 1814, la guerra entre las colonias y España ya era inevitable.

 

Este proceso tuvo una primera etapa que transcurrió entre 1808 y 1814, y estuvo caracterizada por la actuación de las juntas constituidas en las ciudades sudamericanas más importantes, estas juntas de gobierno representaron verdaderas expresiones de un activismo político que posteriormente daría origen a la segunda fase (1814-1826), en la que tuvo lugar la guerra generalizada entre los patriotas (independentistas) y los realistas (españoles).

 

Sin embargo, más allá de este rápido recuento por etapas y personajes que dibujan contextos específicos, para la Universidad de Guanajuato la conmemoración de los centenarios como ejes históricos, ha sido fundamentalmente la oportunidad para reflexionar en lo que significan actualmente dichos sucesos en un país devastado por la desigualdad social y por el flagrante incumplimiento en este tiempo de bicentenario, de las expectativas forjadas por los hombres y mujeres comprometidos en la construcción de una sociedad libertaria como la que en estas gestas se vislumbraba.

 

Evidentemente, en un estado como Guanajuato, no es posible sustraerse a las conmemoraciones que se cumplen en esta primera década del siglo XXI. No obstante, por encima del entusiasmo con el que hemos trabajado para traer a la memoraría el significado de ambos movimientos sociales, cabe destacar que en los núcleos académicos de la sociedad contemporánea, los historiadores nos previenen de repetir lo que se ha llamado historia de bronce o historia oficial. A este respecto, la principal prevención es que dicha historia se ha limitado a conservar y ponderar los hechos considerados como decisivos, buscando ya sea la legitimación de gobernantes, el funcionamiento de las instituciones políticas o la exaltación de los valores y símbolos que coadyuvan a la cohesión social.

 

Como sabemos, la historia de bronce es una colección de hechos ejemplares y de situaciones paradigmáticas cuyo objeto es mantener el orden establecido para beneficio de unos cuantos. Las historias oficiales pretenden mantener el sistema de poder establecido y manejarse como instrumentos ideológicos que justifican la estructura de dominación imperante.  La historia de bronce presenta el pasado como un conjunto de hechos concretos, indiscutibles, protagonizados por héroes y villanos en lucha permanente; por ende, tiende a la creación y al soporte de mitos. Es una historia que no busca comprender el pasado, sino juzgarlo; un pasado compuesto por figuras hieráticas e intocables. Así se han construido desde el poder los héroes, idealizado sus cualidades y sus acciones de manera desmesurada, se les hace objeto de culto y terminan por convertirse en personajes inventados sin relación con la realidad que vivieron.

    

Para colmo de males, la historia de bronce se oficializa en estatuas, en calles, en el calendario cívico, en los rituales del poder, etc. En contrapartida a esta tendencia, para la Universidad Pública del estado de Guanajuato, la conmemoración de los acontecimientos ya referidos tiene una intención distinta: acercarnos a nuestra historia para aprender de ella y coadyuvar a la construcción de una sociedad más justa. De ahí que nuestro interés primordial se dirija sobre todo a los estudiantes jóvenes, que con su generosidad han hecho siempre de los recintos universitarios los espacios de mutuo aprendizaje en una atmósfera cordial pero de exigencia ante lo que implica una educación superior, pues lo que pretendemos en la Universidad de Guanajuato y me atrevería a decir que en todas las universidades públicas del país, es trabajar en la comprensión de los procesos históricos como un saber que indague el sentido de esos mismos acontecimientos, sin temor a la crítica pero preservando el respeto entre seres racionales, con un objetivo de fondo muy bien definido: contribuir a la formación de una sociedad verdadera.

    

En este sentido, se ha dicho que en los hombres del movimiento de 1810 está presente este espíritu progresista que confía en la razón humana para lograr su cometido. Así, en el Museo Casa de Hidalgo en la actual ciudad de Dolores Hidalgo, Guanajuato, encontramos estas palabras dirigidas por Don Miguel Hidalgo y Costilla al pueblo de Dolores, pronunciadas, según sabemos, en el amanecer del 16 de septiembre de 1810:

 

Mis amigos y compatriotas: No existe ya para nosotros ni el Rey ni los tributos. Esta gabela vergonzosa que sólo conviene a los esclavos, la hemos sobrellevado hace tres siglos como signo de la tiranía y servidumbre; terrible mancha que sabremos lavar con nuestros esfuerzos.

 

Llegó el momento de nuestra emancipación; ha sonado la hora de nuestra libertad; y si conocéis su gran valor, me ayudaréis a defenderla de la garra ambiciosa de los tiranos.

 

Pocas horas me faltan para que me veáis marchar a la cabeza de los hombres que se precian de ser libres. Os invito a cumplir con este deber. De suerte que sin Patria ni libertad estaremos siempre a mucha distancia de la verdadera felicidad.

 

Estas palabras del cura Hidalgo han tenido una inmensa repercusión desde entonces, sobre todo entre comunidades académicas y de investigación como lo es la Universidad de Guanajuato, institución que durante décadas ha albergado a hombres y mujeres que participan de un interés común por el conocimiento de aquello más significativo para el ser humano: su propia historia.

 

No obstante, la mera evocación del pasado no tiene sentido alguno, lo importante es la reflexión que a partir de ahí podemos hacer sobre la situación actual de México como un país dividido, marcado por el rechazo hacia grandes sectores de la población, situación ésta que se corresponde con el escenario de un mundo globalizado que atestigua la exclusión de inmensos grupos de migrantes o de unos países sobre otros. Este señalamiento no requiere de mayor argumentación, pues todos hemos sido testigos del fracaso de la democracia representativa en nuestro país. Frente a esta limitación, ahora cabe nuevamente hablar de una idea de comunidad como forma alternativa a la sociedad liberal. Como una nueva forma de organización que, tal como lo plantea el sistema hegeliano, tendría que concebirse como una figura que supera conservando los logros anteriores. Es decir, que mantiene los logros del liberalismo occidental pero que se enfrenta al creciente individualismo, destacando los valores y ventajas de la comunidad. Si ante la crisis de seguridad que en México vivimos se oyen voces respecto a un Estado fallido, adquiere sentido entonces la idea de un nuevo proyecto de nación en el que se superan los rasgos posesivos y exclusivistas de cuyo liberal, proponiendo en cambio la reivindicación del bien común y la solidaridad. Así, frente a la explotación de la naturaleza, se propone la comunión con el entorno; frente al etnocentrismo, el multiculturalismo.

 

Esta idea de una nueva democracia participativa y comunitaria nos plantea retomar los deberes para con la comunidad y la realización del Bien común. De esta manera, como toda apertura revolucionaria, en el siglo XXI encontraríamos una nueva transvaloración, un nuevo proyecto a partir de alternativas: paralelamente al individualismo un comunitarismo; frente al dominio político monolítico, una creciente difusión del poder que vaya de la cima a la base, logrando desarrollar un poder político cercano al pueblo real. De este modo se conformaría la propuesta de una democracia a partir de relaciones comunitarias que den cabida a todas las asociaciones y no sólo a los partidos políticos.

 

En este sentido, las reflexiones sobre los dos hechos más significativos en la formación de nuestro país, tendrían que llevarnos a la superación de las contradicciones que hoy por hoy nos tienen sumidos en ese estado de violencia y de miedo, rasgos que han aniquilado la convivencia y que propiciaron lo que podríamos llamar la extinción de la calle como espacio de convivencia. En las dos últimas décadas México ha transformado su territorio en un lugar sumamente peligroso, con calles cerradas a la libre circulación debido a la creciente inseguridad que hoy vivimos. En este aspecto quizá valga la pena pensar que ha llegado el momento de una nueva transformación social, estructurando el proyecto de un Estado plural como realización del Bien común, como aquella aspiración filosófica que persigue la idea de una ciudadanía mundial en la que la sociedad es, cabalmente, el lugar que permite la realización personal de todos sus miembros. Objetivo en el que la Universidad tiene sin lugar a dudas mucho que aportar.

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